miércoles, 11 de febrero de 2009

El pato Donald y el budismo zen (Alejandro Jodorowsky)

Inauguramos una nueva sección dentro del blog: en las siguientes semanas estaremos publicando (gracias a la libertad que brinda la Internet o a la astucia de los colaboradores para poder trasladarlos del papel al html) una serie de textos que prioricen en su reflexión sobre aquellas relaciones inesperadas que se forman entre aspectos tan distantes de nuestras vidas.

Así, podremos presentarles algunos ensayos,breves reflexiones, apuntes, etc. que se ajusten a las intenciones de la revista: saber ver en lo inesperado o en lo impertinente.

En esta ocasión comenzamos con un breve artículo de Alejandro Jodoroswky, célebre artista chileno, quien a partir de la revisión del personaje del pato Donald será capaz de explicar de una manera muy convincente algunas de las principales enseñanzas del budismo Zen.

Les ofrecemos algunos de los párrafos, el resto lo podrán hallar en este link.


A veces, leyendo distraídamente un libro, somos sorprendidos por
unas líneas que nos sumergen en una especie de benéfico terror.
Parece se que sólo podemos comprender lo que ya conocemos...
Gurdjieff dijo que las ideas necesitaban tiempo para ser
comprendidas. La conciencia las guarda como un estómago de
rumiante y poco a poco las va digiriendo hasta que las nuevas
concepciones penetran el total del individuo. Pero, también, a veces,
nos meten un “gol psicológico”. Algo nuevo irrumpe bruscamente en
nuestro ser saltando toda clase de defensas. Y como toda nueva idea
asimilada produce necesariamente un cambio, (“Cambio” igual a
“muerte”) por inercia, nos aterramos.

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Estos últimos días mis lecturas se han concentrado en el libro “Woumen-
kouan” (48 koans clásicos del Budismo Zen) y en una selección
del Pato Donald. La historieta del “Pato Bombero” corresponde
exactamente al mensaje de los koans 42 y 44.

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Comencemos por el Pato Donald. He aquí el resumen del cuento: el
jefe de los bomberos invita al Pato Donald a formar parte del cuerpo
de voluntarios. Se lo cuenta a sus sobrinitos. Estos también quieren
participar, pero su tío, considerándolos unos bobos, los obliga a
quedarse en casa. Le dan un equipo con la condición de que al
escuchar la alarma salga inmediatamente con él hacia el incendio. Si
llega puntualmente recibirá una medalla de cobre. El pato,
orgullosamente, vacía un cofre diciendo que le servirá para guardar
las medallas que va a ganar. Esa noche suena la bocina pero el pato
no se despierta. Sus sobrinos lo sacan del sueño. El pato se lanza
hacia el incendio olvidando el casco, luego el hacha, luego los
pantalones. Cuando logra equiparse ya es tarde. La casa que quería
apagar es un montón de escombros y los bomberos ya se han
marchado. Al día siguiente lo llama el jefe y le da un puesto menos
importante. Le han quitado el hacha y en su lugar le encargan un
pequeño extintor. En la noche vuelve a sonar la alarma y el Pato
vuelve a quedarse dormido. Lo despiertan sus sobrinos. Esta vez se
viste con mucho cuidado pero en su apresuramiento, en lugar de
tomar el extintor, agarra una bomba de insecticida. Al tratar de
apagar el fuego hace que éste se extienda más. Al otro día el jefe lo
rebaja aún de categoría. Ahora apagará el fuego con un costal. Sus
sobrinos para ayudarlo deciden organizar en la calle un pequeño
incendio para que el tío no se sienta tan deprimido y trabaje. El Pato,
mientras tanto, encuentra un paquete de cohetes y los guarda en un
bolsillo por estimarlos peligrosos. “Tío, ¡hay un incendio en la calle,
debes tomar tu costal y salvar la ciudad!”. El Pato apaga la pequeña
fogata pero se le incendia la chaqueta. Corre a su casa. Estallan los
cohetes. El salón comienza a incendiarse. Los niños traen una
manguera y apagan el fuego. Llega el Jefe de Bomberos y los admite
en la compañía. Esa noche al sonar la alarma, los niños se despiertan
y gritando “¡Hay que ir deprisa!¡Ningún obstáculo nos detendrá!”
parten hacia el incendio en un modernísimo carro equipado con todos
los adelantos, mientras de pie, en la calle, con su miserable costal en
la mano, el Pato Donald los ve alejarse, murmurando “¡Tienen mucha
suerte!”.

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En esta fábula se presentan muchos temas, desde el héroe que se
duerme, hasta la lucha contra el fuego prometeico, pasando por la
eliminación de objetos como camino de llegar al Yo original.
Quisiera citar la epopeya de Gilgamesh. En la tableta once un
inmortal, para probarle Gilgamesh su propia debilidad, le recomienda
que trate de no dormir durante seis días y siete noches. Gilgamesh
cierra levemente los ojos y se duerme. El Inmortal dice a su mujer:
“Mira a este hombre que quiere vivir eternamente y que no es capaz
ni siquiera de liberarse del sueño. Cuando se despierte, va a negar
que se ha dormido porque todos los hombres son mentirosos. Tú le
proporcionarás la prueba de lo contrario. Cada día fabrica un pan y
ponlo al lado suyo”. Al séptimo día, el Inmortal despierta a
Gilgamesh. Este dice furioso: “¡Cómo, apenas entrecierro los ojos un
momento y ya me empujas para despertarme!”. Pero cuando le
muestran los panes, el primero más podrido que los recién
fabricados, Gilgamesh se da cuenta que ha dormido seis días y siete
noches...

1 comentario:

César Santivañez dijo...

Qué gran figura, Jodorowsky. Definitivamente, estamos ante un héroe de la cultura universal.

Recomendadísimo su trabajo con Moebius, en "El Incal".
Un saludo, y felicitaciones por el blog!