domingo, 9 de marzo de 2008

Eielson: entre el exilio y la diversidad...




...De nuevo el dichoso discurso de identidad... Comúnmente la denominada "Generación del 50" es tomada en cuenta por mucha parte de la Academia sólo desde el lado artístico, es decir, la mera creación literaria: pensemos en Eielson, Varela, Belli y un extenso etcétera. Sin embargo, la reflexión -sobre distintos aspectos de la cultura y la sociedad- no fue dejada de lado por algunos de sus integrantes.


Ahora, hace unos pocos días me encontré con este fragmento de una obra poco conocida de Eielson (1924-2006), la novela Primera muerte de María (México, FCE, 1988), donde sale a la luz su particular consideración sobre la diversidad del ser latinoamericano y los detalles que esto conlleva. Un interesante aspecto que, por ahora, la crítica ha preferido no desvelar.


Algunos más detalles sobre este genial artista en la siguiente página: http://eielson.perucultural.org.pe/indexflash.htm


La extensión de la cita vale la pena...


17 de septiembre de 1980


En el verano de 1960, una luxación del tobillo derecho me obligó a completo reposo durante treinta días que, con el correspondiente proceso reeducativo, se convirtieron en sesenta. Durante esa inmóvil espera comencé a vislumbrar una remota historia de pescadores en los desolados desiertos de la costa peruana, de la que siempre fui tenaz enamorado. En un primer momento, el asunto contaba poco. Lo que más me urgía -o asi me parecía- era la representación del paisaje por la palabra . Pero sin caer en la simple descripción, ni en el puro lirismo. Era una suerte de desafío que yo me hacía a mí mismo, acostumbrado, como estaba, digamos así, a una cierta facilidad para la escritura. El resultado, como lo constato ahora, no podía ser peor. Sin embargo, no es mi intención hacer una autocrítica del viejo texto, ni mucho menos justificarlo. Si la razón de ser de su escritura -aludo aquí a su motivación inconsciente- siempre se me escapará, lo que sí está claro para mí, hoy día, es la función del exilio, o como quiera llamársele. A él debo esas páginas, esa visión corregida y aumentada de la desventura peruana, que enton-ces habría parecido excesiva y que hoy, desgraciadamente, casi coincide con la realidad.

Cuando salí del Perú rumbo a París, tenía algo más de veinte años y mis intereses más urgentes, mi única pasión eran la poesía, el arte, la literatura. París, en 1948, en plena posguerra, era una urbe trágica y deslumbrante, un inagotable manjar para los sentidos en un mar de inteligencia. Yo vivía entre precarios café créme y cuadros de Picasso, entre Rimbaud y Charlie Parker, existencialismo y blue-jeans. Fueron años de aprendizaje irreverente, de privaciones materiales, de descubrimientos importantes. Hasta que encontré a Giulia, abandoné París con los ojos húmedos -pero finalmente abiertos- y me instalé en Roma. ¿Qué había sucedido? Una sola cosa, extraordinaria y sencilla a la vez: el amor de Giulia me había descubierto a mí mismo. Su curiosidad y su ternura me fueron revelando, poco a poco, mi verdadera naturaleza. Fueron sacando a la luz, en una profunda, erótica arqueología de mis sentidos, de mi memoria, de mis más secretas pulsiones, todo lo que en mí había de diverso, de extraordinario y de nuevo para ella. Y esa diversidad, que tanto la fascinaba, era mi ser latinoamericano. Así como yo buscaba en ella su naturaleza mediterránea y en sus rasgos de madonna veneciana adoraba a Carpaccio y Bellini, o le pedía que me hablara en su lengua para escuchar a Dante y Virgilio, de la misma manera Giulia buscaba en mí las huellas de una cultura desaparecida, de un cuerpo y un sentir des-conocidos para ella. Nuestro amor era, pues, el encuentro y la revelación de cada uno de nosotros. Con una diferencia: ella sabía quién era ella y su placer consistía en mostrarse plenamente, en entregarme su cuerpo y su alma. Yo, en cambio, nada sabía de mí. Mi condición de eterno colonizado me lo había impedido. Comenzó desde entonces mi aprendizaje de peruano, de latinoamericano que, naturalmente, aún no ha terminado. Que no terminará nunca.