Un poco inconsciente, cansado de deslizarme cuesta abajo; aún quedan armas aplicadas muy raras veces. Me acerco tan pesadamente a ellas, porque no conozco el placer de usarlas; no lo aprendí de niño. No sólo no lo aprendí "por culpa de mi padre", sino también porque quería destruir la "calma", alterar el equilibrio, y por ello no podía permitir que naciera una persona nueva en otra parte, mientras yo me esforzaba por enterrarla aquí. En realidad, también tengo "culpa" en este aspecto, ya que, ¿por qué razón dejaría este mundo?, porque "él" no me dejaba vivir en el mundo, en su mundo. De todos modos, tampoco debo formular juicios tan claros, porque ahora soy ya ciudadano de este otro mundo que se comporta, con respecto al mundo habitual, como el desierto con respecto a la tierra cultivada (llevo cuarenta años emigrando de la tierra de Canaán, miro hacia atrás como un extranjero; es cierto que pertenezco también a ese otro mundo -lo he traído conmigo como herencia paterna; soy el más insignificante y el más temeroso de sus habitantes y sólo soy capaz de vivir en él gracias a su organización especial, de acuerdo con la cual existen exaltaciones súbitas como rayos, incluso para ser el más insignificante, aunque también pueda sentirse uno aplastado por mares durante miles de años. ¿Debo mostrar gratitud, a pesar de todo?, ¿era preciso que encontrara el camino hasta aquí?, ¿acaso el destierro de aquel mundo, unido al rechazo por parte de éste, no hubieran podido aplastarme en la frontera entre ambos? ¿No ha sido tan fuerte la expulsión, por el poder del padre, que nada podía resistirse a ella (ni a mí)? En realidad, es como el paso del desierto al revés, con las progresivas aproximaciones al desierto y con las esperanzas infantiles (especialmente respecto a las mujeres): "Puede que me quede en Canaán", y entretanto, llevo ya muchísimo tiempo en el desierto y sólo existen visiones de desesperación, especialmente en aquellos momentos en los que soy el más miserable de todos, y Canaán debe representarse como la única tierra prometida, porque no hay otra para el hombre.
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