En la sordera del sueño eterno, no somos importunados por la Gloria.
Marcel Proust
¿Y la inmortlidad? ¿Acaso no contaba para nada la inmortalidad? Marguerite no la había incluido en su cuartilla con instrucciones. ¿Por qué? ¿Acaso no había que escribir con la máxima ambición y aspirando siempre a crear una obra maestra, una obra inomrtal? ¿Por qué ella no me había aconsejado la ambición? ¿Me veía incapaz de alcanzar la inmortalidad? Seguramente no la había incluido por sentido común, del mismo modo que no estaban, entre las instrucciones, la intuición, el genio, la sabiduría y la sensibilidad. Cuando alcancé a ver esto, me tranquilicé. ¿Cómo iba ella a recomendarme la inmortalidad? Pero quedó en mí un extraño, amargo poso. Siempre que la veía, me sentía mortal. Un día, se lo comenté a Raúl. No pareció extrañarle lo que le dije. Se quedó pensativo, y yo esperando a ver qué me decía. Como pasaba el rato y seguía pensando, le pregunté en qué pensaba. "En que el resplandor de nuestros nombres se detiene en la piedra de nuestra tumba", dijo.
De Enrique Vila-Matas en París no se acaba nunca.
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