La universal desdicha atraviesa espectral la tarde.
Las barracas fugan por pardos jardincillos desolados.
Fuegos fatuos retozan sobre los quemados residuos,
dos nebulosos durmientes grises vuelven tambaleantes a sus casas.
Por la reseca pradera corre un niño
y juega con tersos ojos negros.
El oro descolorido y opaco gotea de los arbustos.
Un anciano da vueltas tristemente en el viento.
Nuevamente al anochecer, sobre mi cabeza
mudo orienta Saturno un mísero destino.
Un árbol, un perro que camina hacia atrás,
y negro vacila el cielo de Dios, y su follaje.
Un pececillo cruza veloz arroyo abajo;
y leve se mueve la mano del amigo muerto
y alisa amorosa la frente y la ropa.
Una luz evoca sombras en los cuartos.
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