En: Un hombre afortunado
martes, 16 de febrero de 2010
Muerto el artista, pasamos nosotros a ser los protagonistas... (De John Berger)
El cuadro que uno vio la semana pasada, cuando suponía que el artista estaba vivo, no es el mismo (aunque sea el mismo lienzo) que uno ve esta semana, después de saber que ha muerto. Desde ese momento, todo el mundo verá el cuadro que uno vio esta semana. El cuadro de la semana pasada ha muerto con él. Puede que esto suene demasiado metafísico. Pero no lo es. Sólo es el resultado del don –o de la necesidad que todos tenemos– del pensamiento abstracto. Mientras el artista está vivo, aunque el cuadro esté claramente terminado, lo vemos como parte de una obra en curso; como parte de un proceso inacabado. Podemos calificarlo: prometedor, decepcionante, inesperado. Cuando el artista muere, el cuadro se convierte en una parte de una obra definitiva. El artista lo hizo. Nos lo ha legado. Cambia lo que podemos pensar o decir sobre el cuadro. Lo que digamos ya no irá dirigido al artista, ni siquiera a un artista ausente a quien es de suponer que nunca vamos a tener la oportunidad de dirigirnos personalmente; lo que pensemos o digamos será sólo para nosotros. Lo que se comente ya no serán las intenciones desconocidas del artista, su posible confusión, sus esperanzas, su capacidad para dejar persuadir, para cambiar; lo que se comente será el uso que podemos darle a la obra que ha dejado atrás. Muerto el artista, pasamos nosotros a ser los protagonistas.
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