No hay un mar espeso y tierno que se esconda en los cuerpos. No existe alguna misteriosa esencia que suba y baje, que hunda y deslice su espuma en los dedos, en el vientre, en la espalda. Nada toma los cuerpos y los mueve, nada desplaza las sonrisas como un pez cuando se mira la luna. Contenemos algo menos amable y más poderoso. Un charco de sangre encerrado, una profunda afinidad por la muerte, un animal escarlata que lucha por escapar de los huesos y la carne.
Matar para alimentarnos es solo retrasar la huida de la sangre, trasmitir a otro cuerpo una enfermedad milenaria.
Matar para alimentarnos es solo retrasar la huida de la sangre, trasmitir a otro cuerpo una enfermedad milenaria.
Las fotos de César Jumpa, que a continuación presentamos, nos hablan de este ritual.
Por: Gerson Ferson
Fotos: César Manuel Jumpa
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