Por otra parte, siempre me abandoné a lo que saliera. Dios o la vida se encargan de mí y yo acepto. Cuando llega el ataque, y sólo he podido sospechar vagamente el porqué, escribo horas, días, me extenúo y termino el cuento o capítulo. Nunca sé, después, si volveré a escribir; siempre supongo que sí.
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